Te lo desmonto con tres argumentos:
1.La palabra de una mujer, como cualquier otra denuncia, da comienzo a un proceso judicial y quién dicta sentencia es un juez.
2.Las denuncias falsas son sólo el 0,001% del total de denuncias por violencia machista.
3. Todavía soportamos un sistema judicial machista; queremos condenas justas y procesos que no ataquen a las víctimas.
Hace unos días, una amiga iba por la calle cuando alguien le dio un tirón y le quitó el bolso. Por suerte pudo verlo bien, acudió a la comisaría a denunciar y pronto detuvieron al ladrón. Cuando me lo contó, me enfadé mucho con ella. “Tía, ¿cómo se te ocurre hacer eso? Le has hundido la vida a ese tío. Ahora seguro que tiene que ir a juicio y hasta tendrá antecedentes. Ya te vale”.
Absurdo, ¿verdad? Lo que entendemos con tanta claridad en esta situación- que alguien que comete un delito merece ser juzgado por ello- parece volverse borroso cuando hablamos de violencia machista y, especialmente, de violencia sexual. Es sacar el tema y una ceguera temporal se vuelca sobre los machitos de turno, que ven puro teatro cuando antes veían un delito y a una actriz merecedora del Oscar cuando, un segundo atrás, se apiadaban de la pobre víctima que se había quedado sin bolso.
De repente, se les olvida que le sistema judicial no es una máquina expendedora de sentencias, sino un intrincado proceso de derecho en el que se examinan todas las pruebas y se necesitan evidencias para condenar a alguien. Cuando una mujer denuncia una agresión sexual, se palabra es lo que activa la maquinaria, no lo que determina el resultado. Es exactamente igual a lo que sucede con cualquier otra denuncia. Y no solo eso, su palabra es el resultado de haber sufrido una violencia. El origen de todo está en el hombre que comete el delito, no en la mujer que pone la denuncia. Así que lo que le jode la vida a un hombre no es la palabra de una mujer, es haber agredido a una mujer.
En la investigación entran en juego profesionales del sistema policial, sanitario y judicial y, por supuesto, el acusado puede presentar todos los argumentos y pruebas que considere necesarios para su defensa. La presunción de inocencia está garantizada en un Estado de derecho y lo de decir que España no es un Estado de derecho ya escapa al mínimo que se le pide a una conversación sensata.
La intención de estas palabras es situar sobre la mesa una vez más el bulo de las denuncias falsas, una argumentación tan repetida en los círculos machistas. Se nos intenta hacer creer que existe un grave problema de acusaciones inventadas cuando la realidad es que en 2023 apenas llegaron al 0,0001%.
Dicen que la mejor defensa es un buen ataque y así, para evadir responsabilidades, se intenta arremeter contra la veracidad de la denunciante e incluso su capacidad de empatía. Jamás dejemos de repetirlo: la razón por la que un hombre puede acabar en la cárcel es cometer un crimen, no que alguien lo denuncie.
Visto así, no hay muchos argumentos con los que sostener eso de que “la palabra de una mujer puede poderle la vida a un hombre”. Esta frase genera la sensación de que es fácil engañar a la justicia, pero la realidad es muy simple. No tenemos ningún ejemplo que pruebe que las feministas mandamos a hombres inocentes a la cárcel con un chasquido de dedos. Lo que sí tenemos son demasiados ejemplos de que la palabra de una mujer, especialmente cuando esa palabra es “no”, no nos sirve de nada.
Hay quien, a pesar de todo, se negará a aceptar la evidencia y querrá hacernos creer que el feminismo ha creado un sistema penal que favorece a las mujeres, ¡cómo si nuestro propósito no fuera lograr una justicia ecuánime para todos! Si ese fuera el caso, no tendríamos que aguantar a magistrados que aceptan que un investigador privado acosa a la víctima de una violación, como en el caso de la Manada, o que preguntan a la denunciante si “cerró bien las piernas”, como se vio en unos juzgados madrileños hace unos años. La justicia todavía está lejos de ser feminista, pero al final, como pasa siempre, no hay más ciego que el que no quiere ver.
NUESTRA RESPUESTA: COMETER UN CRIMEN PUEDE DESTROZARLE LA VIDA A UN HOMBRE
(Júlia Salander. Fuego al machismo moderno. Penguin Random House Grupo Editorial. Barcelona 2025)